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ILUMINADO POR EL ESPÍRITU | Lección 5 Martes 30 de abril

mayo 2, 2024

ILUMINADO POR EL ESPÍRITU | Lección 5 Martes 30 de abril

Un día, mientras estudiaba en la biblioteca de la Universidad, Martín Lutero llegó a un punto de inflexión en su vida. Descubrió un ejemplar de la Biblia en latín. Con gran deleite, leyó capítulo tras capítulo, versículo tras versículo. Le asombraba la claridad y el poder de la Palabra de Dios. Mientras estudiaba sus páginas detenidamente, el Espíritu Santo iluminó su mente. Sintió la dirección del Espíritu Santo cuando las verdades ensombrecidas por la tradición parecían saltar de las páginas de la Sagrada Escritura. Al describir su primera experiencia con la Biblia, escribió: “¡Oh, que Dios me diera un libro así para mí!”

¿Qué principios podemos extraer de los siguientes pasajes sobre cómo debemos interpretar la Biblia?

Juan 14:25, 26
Juan 16:13–15
2 Ped. 1:20, 21

Lo excepcional de estos versículos es la seguridad de que el mismo Espíritu Santo que inspiró a los autores de la Biblia nos guía a nosotros cuando leemos las Escrituras. Él es el Intérprete divino de la verdad divina. Lamentablemente, muchos cristianos profesos hoy minimizan el elemento sobrenatural en la Biblia y exageran el elemento humano. Como Satanás ya no nos puede mantener alejados de la Biblia, su mejor alternativa es despojarla de su carácter sobrenatural, convertirla meramente en buena literatura o, peor aún, en una herramienta opresiva de la religión para controlar a las masas.
Los reformadores vieron claramente que el Espíritu Santo (no los sacerdotes, los prelados ni los papas) era el Intérprete infalible de las Escrituras. Hay un interesante intercambio registrado entre John Knox, el reformador escocés, y María, reina de Escocia. “María respondió: ‘Usted interpreta las Escrituras de un modo, y ellos [los maestros católico-romanos] las interpretan de otro; ¿a quién creeré y quién será juez [en este asunto]?’ ”
El reformador contestó: “ ‘Debe creer en Dios, que habla con sencillez en su Palabra; y más de lo que la Palabra le enseñe, no debe creer ni a unos ni a otros.
La Palabra de Dios es clara en sí misma; y si parece haber oscuridad en algún lugar, el Espíritu Santo, que nunca se contradice a sí mismo, lo explica con más claridad en otros lugares, de modo que no queda lugar a duda sino para quien decide, obstinadamente, permanecer ignorante’ ” (David Laing, The Collected Works of John Knox, t. 2, pp. 281, 284, citado en Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 293).

Reavivados por su Palabra: Hoy, Ezequiel 36.