EL JUEZ SUPREMO | Lunes 27 de octubre Lección 5
Lee Génesis 18:25; Salmo 7:11; 50:6; 82:1; 96:10; 2 Timoteo 4:1, 8. ¿Qué dicen estos versículos acerca del carácter moral de Dios? ¿Cómo nos ayuda su
estatus como Juez del universo a entender la cuestión de la guerra por mandato divino?
La santidad del carácter de Dios significa que no tolera el pecado. Aunque él es paciente, el pecado debe cosechar su consecuencia final, que es la muerte (Rom. 6:23). El Señor declaró la guerra al pecado sin importar dónde este se encontrara, ya fuera en Israel o entre los cananeos. El hecho de participar en guerras santas no santificaba a Israel ni a otras naciones (Deut. 9:4, 5; 12:29, 30), ni siquiera cuando estas eran usadas por Dios para ejecutar sus juicios contra su propio pueblo elegido. A diferencia de otros pueblos del antiguo Cercano Oriente, la guerra santa se volvió contra los israelitas cuando Dios no luchó por ellos sino contra ellos, permitiendo que sus enemigos los oprimieran (comparar con Jos. 7).
El concepto de guerra santa como parte de la conquista de Canaán solo puede entenderse si se contempla a la luz de la actividad de Dios como juez. Vistas así, las guerras de conquista del Israel de antaño adquieren un carácter completamente diferente. En contraste con las guerras imperialistas motivadas por el deseo de ensalzamiento propio, tan comunes en la antigüedad y en nuestros días, las guerras de Israel no estaban destinadas a alcanzar la gloria nacional, sino a establecer la justicia y la paz de Dios en la Tierra. Por lo tanto, en el centro de la comprensión de las guerras ordenadas por Dios estaban su gobierno y su soberanía, implícitos en su caracterización como guerrero, rey y juez.
Como guerrero y juez, Dios se compromete a implementar, estabilizar y mantener el imperio de la ley, que es el reflejo de su carácter. La imagen de Dios como guerrero, similar a la de juez y rey, afirma que él no tolerará para siempre la rebelión contra su orden establecido. Por lo tanto, se puede afirmar que el objetivo de la actividad de Dios nunca es la guerra ni la victoria en sí, sino el restablecimiento de la justicia y la paz. En definitiva, hacer la guerra y juzgar o impartir justicia son una misma cosa si Dios es el sujeto de la acción.
Reflexiona acerca de Dios como juez justo que no puede ser sobornado ni influido para actuar de manera parcial. ¿Cómo armoniza con el evangelio un Dios que no tolera indefinidamente el pecado, la opresión, el sufrimiento de los inocentes y la explotación de los oprimidos?
Reavivados por su Palabra: Hoy, Josue 07.
