EL PUEBLO DE DIOS | Domingo 4 de noviembre Lección 06
Lee 1 Pedro 2:9; Éxodo 19:5 y 6; y Deuteronomio 4:20 y 7:6. ¿Qué enseñan estos versículos acerca del estatus especial del pueblo de Dios?
La iglesia está compuesta por personas, pero no de cualquier tipo. La iglesia es el pueblo que pertenece a Dios, que sostiene que Dios es su Padre y Salvador, y que ha sido redimido por Cristo y le obedece. Esta imagen subraya el concepto de que Dios ha tenido un pueblo en la Tierra desde la adopción del plan de salvación y que hay continuidad entre el Israel del Antiguo Testamento y la iglesia del Nuevo Testamento. Desde Adán, los patriarcas de antes y después del Diluvio, y Abraham, Dios hizo un pacto con su pueblo para que fuese el representante de su amor, misericordia y justicia.
Al pueblo de Dios se lo llama “linaje escogido”, “real sacerdocio” y “nación santa”. Estos términos indican que está destinado para un propósito especial: “Anunci[ar] las virtudes de aquel que [l]os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). Esto también es un reflejo de una descripción del carácter de Dios, como se describe en Éxodo 34:6 y 7. “Dios ‘adquirió’ a la iglesia como su posesión especial para que sus miembros pudieran reflejar los preciosos rasgos del carácter divino en su propia vida, y para que proclamaran la bondad y la misericordia de Dios a todos los hombres” (CBA 7:578).
Lee Deuteronomio 7:6 al 8. ¿Qué impulsó a Dios a escoger a los descendientes de Abraham como su pueblo? ¿Cómo se aplica esto en la actualidad?
Podríamos preguntarnos: ¿Qué país actual merece la etiqueta de “nación santa”? Ninguno. Todas las naciones y los grupos étnicos están compuestos por personas que no merecen el amor ni la gracia de Dios. Y, aunque la Biblia nos llame a ser un pueblo santo, las Escrituras también enseñan que la elección y la fundación de Israel se basó totalmente en su amor y no en los méritos que los seres humanos pudieran presentarle. La formación del pueblo de Dios es un acto de creación amante y, a pesar del pecado y la apostasía a escala nacional, Dios cumplió con su promesa hecha a Abraham de que a
través de su simiente, Cristo, salvaría a su pueblo. Así como la elección del pueblo de Dios fue un acto de su gracia, también lo es su salvación. Este tema nos recuerda nuestras raíces comunes en la gracia inmerecida de Dios.
¿Por qué debemos tener siempre presente la sagrada verdad de que nuestra salvación depende de lo que Cristo ha hecho por nosotros y no de lo que podemos hacer por nosotros mismos, por más que seamos “el pueblo de Dios”?